Octubre en 2011
Poesía es cómo-dónde-cuándo las palabras
se cargan hasta el máximo de significación. No me refiero solamente al
significado, su nivel conceptual, también a su sonido, su visualidad, su
extensión, sus raíces, su temperatura, su atmósfera. Del máximo y seguramente
más. Importan sus aires como significantes en el papel, así formas al dibujante
o pintor, así aromas al atento lector, aquel que no es sino un hambriento, como
los que estamos condenados a escribir... a escrivivir, que no es sino escribir a diario, en
un diario, o bien llenar libretas, cuadernos y difíciles hojas en blanco.
Terreno en que la palabra importa, por
cierto, como dibujo, como punto señalado en un mapa, pero no es solamente el
nombre de ese territorio, es la cuna del tesoro que guarda, es su etimología y
sus fantasmas, sus ramas, su sangre, sus misterios, sus mayúsculas, su aguda acentuación,
su dirección en el verso, su trabajo inventivo, documental, inconsciente,
elegíaco, laudatorio, puramente estético, sonoro, político, histórico,
epopéyico, etcétera.
Ocio increíble del que somos capaces,
dice Enrique Lihn. Es aquélla una inmensa pista. Mas tampoco ha de ser pueril
pirueta ni ruido: ha de ser acrobacia a riesgo de perder la vida, ser más
cadencia que música oceánica entrevista de soles y hielos. No ha de ser
miserable que mi ser hable.
Se escribe por necesidad interna, pero
la escritura misma Exige un tratamiento: un ritmo, un número, un oleaje, un carácter.
Escribir, también, para ordenar la vida propia, porque si en la suma de tres
días no hay escritura, la vida parece perderse por un desértico movimiento, los
trayectos a través de lo cotidiano y el tiempo tornan ilegibles sus turnos, sus
pasos. Para darle una forma a lo informe.
Al escribir poesía: para el lector Más atento, para aquellos y
aquellas que también aman la poesía, esto es: para alguien como uno. Para un
Semejante, para un absolutamente Otro, que todos somos.
No para transformar al mundo, sino para
cambiar la vida ¿a quién no le ha cambiado la vida un poema, un libro, una
palabra?
Escritura en poesía... parida a mano: Es
allí un movimiento, una lentitud riquísima (y tan distinta al Mundo), un lugar
tan palpable como la relación del lápiz con el papel. Cualquier sitio y hora es
buena para la escritura: la noche, el alba, el día, la tarde agotándose.
Cualquier sitio es propicio: en una micro, en el parque, en la casa, ante el
escritorio, en la playa, el bosque, la montaña, en pleno centro de la ciudad,
antes o después de alguna Experiencia. Es preciso que el lápiz y el papel anden
siempre con uno, listo para nacer. Se escribe diciendo, se escribe hablando, equivocando, inventando la figura de
las palabras en su Voz audible, ronca e impura como es la vida. Escribir y
decir van enlazados como Una acción misma. Poesía es tan “escritura” como
“sonido” (o canto). Para leerla, para escucharla. Algunos dirán que es más
importante la lectura, otros irán a favor de la musicalidad, pero,
indudablemente, los dos niveles se conjugan y Son la realidad de la poesía. No
es lícito hacer caso omiso de esta dualidad. (No olvidar los matices de la
palabra son)
Después de la escritura, que es a mano,
después de corregir, a mano, después de volver a corregir, a mano, después de
volver a corregir, mano, después de volver a corregir, a mano, después de
volver a corregir, a mano, después de volver a corregir, a mano [....] después
de volver a corregir, a mano, entonces se escribe a mano una última vez,
pasando en limpio.... y finalmente a máquina, computador.
Al tomar el desafío de escribir en el
idioma de la poesía, hay que saber con qué reglas se juega. El juego no existe
sin reglas.... Ahora bien, en la poesía vive la anarquía de la gramática, del
lenguaje. Y aquello, bien podría ser otra regla. En materia de poesía, su
forma, por antonomasia, es el Verso, la métrica por tanto. Sin embargo,
ajustarse a estas reglas es tan válido como abandonarlas. Pero, al asumir la
forma del verso, se asume que, en ese nivel tan específico existen reglas.
Medir, escandir... Reglas ¿o no? De sílaba en sílaba, día a día.
Escribir poesía significa estar
enamorado de las palabras. No poder dejar nunca más de padecerlas, verlas,
devolverlas, oírlas, olerlas, besarlas, apalearlas, criticarlas, humanizarlas,
estirarlas, vaciarlas, llenarlas, seleccionarlas, aprenderlas.... El poema es
un tejido, como la sangre, pero en palabras.
A diario escribo. No podría ser sin
escribir. ¿Publicar?... eso es otra cosa.
A diario leo... a veces, es cierto, con
una inalcanzable pretensión de leerlo todo, pero, siempre, con un afán por
reiterar y reiterar una misma lectura. Y es que un cuento, un poema, un verso,
una novela, pueden ser re-leídos muchas varias de montones de veces. Así lo he
venido haciendo. Para hacer de esto una experiencia, hay que errar en las
palabras.
¿Contiene el poema una función? Al
responder un sí, aquélla no podría
ser enteramente comunicativa. El modo de Decir
de la poesía es no diciendo directamente, es no yendo directo al grano. Es un
decir que se desmarca del que usamos a diario para entendernos, porque en ese
registro de habla hay mucho azar, mucha falta de rigurosidad y de conciencia,
en el habla cotidiana abunda un vocabulario empobrecido, demasiado llano. La
poesía no es así, es un Trabajo, un Oficio. Aunque, es cierto, en la poesía, la
escritura se desborda del control que pretendamos ejercer: nos amplía, así como
a través de los versos, las asociaciones, los vínculos, van ensanchando sus propios
Sentidos.
Con la ambigüedad el poema es pleno,
pero también es pleno en su Densidad, vale decir, en su capacidad de condensar
y no alargarse inútilmente.
No es el espacio de la poesía el más
indicado para salir a transformar la contingencia que pulula al Mundo, es una
posible trinchera, sin duda, pero en el caso de tener tal objetivo: mejor
buscar otra... Hasta los cuarenta años se puede cambiar de oficio, nos dice
Gabriela Mistral en un texto donde acusa su propio modo de escritura.
La propia escritura debe ser valiosa
para uno mismo, para que pueda ser valiosa para otro. Ha de ser como la vida
misma, pero también otra cosa, el carruaje tal vez, para transitar por la Vida y los Mundos del Mundo.
No ha de ser miserable que mi ser Hable.